martes, 9 de febrero de 2010

Se busca portero (vasco y titular)

Por Lola Dirceu
La mayoría tenían habilidad gatuna. Otros, en cambio, sacrificaban el esteticismo en las estiradas para ganar en aplomo y regularidad bajo los palos. Todos ellos se forjaron en un sirimiri de entrenamientos castrenses, en chocolaterías que harían las delicias de El sargento de hierro. De críos, atascaban las cañerías de la bañera con el barro que traían aquella camisetas de la talla de Gulliver. En cuanto la vecina veía los guantes colgando en el tendedero, se percataba de vocación tan temeraria. “Aita, mira la pobre Arantxa. El niño les ha salido portero”. Así, entre la incomprensión del entorno y la locura inherente que atesora todo guardameta, de la grama de Tajonar, Lezama y Zubieta emergió una raza superior de arqueros, una serie ilimitada de guardavallas que empequeñecían postes y travesaños. Y pararían, no penalties, sino las balas de un pelotón de fusilamiento llegado el trance.

Como herencia porteril, primero Arana y Carmelo, y luego el Chopo Iríbar habían dejado bien sembrados sus esquejes. Hijos rudos y malencarados que crecían como muros infranqueables para desactivar pistoleros del área. Así, en los 80 Artola y Urruticoechea vivieron días de gloria en la Real y el Barça; Aguirreoa, Meléndez y Cedrún alfombraron el camino al incombustible Andoni Zubizarreta; por no olvidar al gran Irazusta; hasta la llegada de San Iker, Arconada fue el mejor portero de la historia del fútbol español. Sus reflejos y plasticidad cambiaron el modelo de portero vasco pesado y tan plomizo como el cielo de un alto horno, algo lentorro pero inabordable en el mano a mano. Luis Miguel Arconada -que ahora alterna vacaciones por San Pedro de Alcántara, a la sombra de Marbella- abrió una escuela diferente hecha de palomitas imposibles y algún cantazo (veáse Eurocopa 84). Biurrun (aunque nacido en Sao Paulo) y Elduayen ejemplifican esa manera de coger portería; y Ochotorena era más bien parecido a Zubi, aunque más rápido. Pero en los 90 comenzó a languidecer la estirpe. Sólo Juanjo Valencia, José Luis González (el del penalti a Djukic) y Julen Lopetegui trataron de honrar la memoria de aquel abolengo porque Imanol Etxeberria resultó decepcionante.


Hoy día, ni uno sólo de las metas de Primera División está protegida por aguerridos gudaris. Ni siquiera Gorka Iraizoz (es navarro) en el Athletic, o Dani Aranzubia (nació en Logroño) en el Depor continúan con aquel RH que evitaba goles cantados. Para más inri, ocho arcos de la Liga son extranjeros: Carrizo, Renan, Kameni, Coltorti, Ustari, Munúa, Aouate y Alves. ¿Dónde están los preparadores que antaño fraguaban un vivero de pulpos, una casta granítica que daba pesadillas a los delanteros y salía de puños como Mazinger Z? En el Bocho, y a la espera de que un chileno desaloje de la portería de la Real, todas la esperanzas vascas se cifran en un chaval que se llama Aitor Fernández Abarisketa. Nació en Mondragón un año antes de la Olimpiadas de Barcelona. Con permiso de Iago Herrerín, tercer portero del Bilbao, pronostican que a Aitor le tocará custodiar con sus guantes la memoria de tantas paradas antológicas.

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