miércoles, 27 de enero de 2010

Cuando las chicas salvaron el fútbol

Las chicas del Dick Kerr Ladies FC
Por John Wyatt
Resulta paradójico que fueran las chicas las que salvaran el fútbol, deporte paradigma de masculinidad, vetado durante décadas a las mismas que, con su generosidad, contribuyeron a mantener a salvo en su peor momento.

Su papel fue clave, ya que por aquel entonces, cuando sonaban los primeros tiros de la Primera Guerra Mundial en Europa, no era el entretenimiento global que es en la actualidad. Si acaso, en Inglaterra, solía congregar a miles de vecinos de un barrio en torno a un barrizal en el que se jugaba algo más parecido al rugby.

Si las chicas no hubieran pegado aquellas patadas al balón, quizás se hubiera extinguido. Pero no. Cuando los grandes ejércitos llamaron a filas a jóvenes de medio mundo, se detuvieron aquellas competiciones primigenias para atender al imprescindible esfuerzo de la guerra.

Los adolescentes clubes de fútbol de la época agonizaron, la gente dejó de apostar (no había en qué) y la tristeza del domingo por la tarde sin fútbol que llevarse a la boca (y con los hijos en las trincheras francesas o en los cementerios) llevó al Gobierno y la joven federación inglesa a recurrir a las únicas que podían seguir alimentando las ilusiones de los aficionados: las mujeres.

La recluta había vaciado las fábricas, el campo y las minas de la fuerza masculina. Fueron las chicas las que los sustituyeron con el barreno, la fresadora y el arado. Y además madres. Y además, ahora, futbolistas.

Todas las grandes fábricas de armamento realizaron pruebas de aptitud con el balón. Si era difícil encontrar entonces a chicos con talento, imaginen entre ellas, rollizas granjeras de la campiña, obreras de la working class del norte, adolescentes de familias desestructuradas de los arrabales londinenses que no sabían lo que era un balón.

Algunos de aquellos equipos de municionistas aún sobreviven en su vers
ión masculina (¿Les suela de algo el nombre de Arsenal?). Otros solo habitan en viejas y románticas fotografías en blanco y negro.

El caso es que, cuando se puso en marcha aquella liga, nadie daba un duro. En la Inglaterra tardovictoriana, machista, aún orgullosa de su Imperio y ahogada por la Gran Guerra, que fueran unas chicas vestidas con pantalones cortos la diversión de la plebe no podía creérselo nadie.

Los periódicos publicaban editoriales criticando tan atrevida iniciativa, empezando por el 'indecoroso' atuendo de las jugadoras. Les dio igual. Las ganas de diversión de un pueblo golpeado por el horror pudo con todo. Uno de los equipos, el del empresario Dick Kerr, llamado Dick Kerr Ladies FC, de Preston, maravilló a los aficionados. El día de Navidad de 1917 consiguieron reunir en Deepdale a 10.000 espectadores.

Poco a poco, fábricas de Gales y Escocia se unieron a la aventura. La moral comenzó a subir, el público llenó estadios y las estrellas comenzaron a emerger: Lily Parr (era vagabunda y comenzó jugando con 14 años para poder dormir bajo techo) y Florrie Redford (guapísima delantero centro de duro disparo que sigue viva en Coventry) destacaron como las dos grandes rivales de la época.
El momento álgido se vivió en el Boxing Day de 1920. Hasta 53.000 personas de citaron en Goodison Park para ver un partido entre el Dick Kerr Ladies y el Helen's Ladies. Pero la guerra había terminado y equipos como el Man. United (que perdió a tres jugadores en la misma trinchera), el Liverpool o el citado Arsenal recompusieron poco a poco sus líneas recuperando veteranos supervivientes y fichando a chavales que se habían librado de las reclutas.

El fútbol masculino regresó con fuerza porque ellas no lo dejaron morir, y luego le dio la espalda a las mismas que le dieron oxígeno cuando pareció moribundo. Aunque las competiciones de chicas no es extinguieron, perdieron todo el interés del público. Hoy, apenas llevan a cientos de personas (familiares y amigos) a los campos. Pero se merecen, al menos, que su historia se conozca.

lunes, 18 de enero de 2010

"¡Joder, no veas cómo me lo he pasado!"

Butcher alcanzará algún día a Maradona
Por John Wyatt
El prestigioso diario The Guardian se puso recientemente a recopilar las mejores fotos de la historia del deporte y, una vez elegidas, preguntó a sus lectores por internet sobre sus preferencias. La número uno, sorprendentemente, no muestra un récord olímpico, ni un gol legendario, ni siquiera un alegato a la superación y a la deportividad. Los lectores de The Guardian eligieron una instantánea, ya mítica en los territorios de la rubia Albión, en la que Terry Butcher, capitán inglés, sale del campo como si regresara de combatir en El Alamein.

Esa foto, junto a los goles de Maradona, le acompañó de por vida. Por un lado, esa instantánea le dio una inmerecida fama de pelotero violento, malencarado y rompepiernas. Su apellido, Butcher (Carnicero, en inglés), tampoco le ayudó. Con más técnica que sus contemporáneos Tony Adams (Arsenal) y Des Walker (N. Forest) no le costó demasiado hacerse fuerte en la línea de cuatro de la Inglaterra de los 80 y primeros años de los 90. Y eso que había nacido el día de los inocentes de 1958 en Singapur, ciudad bajo cero en el termómetro futbolero, y provenía de un modesto, el Ipswich Town, en el que ganó la UEFA a las ordenes de Sir Bobby Robson.

Después de fichar por el Glasgow Rangers en plena 'England Invasion', como se le conoce a la oleada de jugadores ingleses que recalaron en Escocia, ganó dos ligas y se rompió la pierna. Al recuperarse, volvió a jugar con la selección en la Copa del Mundo de México (1986).Ahí llegó uno de los momentos más significativos de su carrera, el enfrentamiento con Argentina, la Argentina herida por la derrota en Las Malvinas, la Argentina de Maradona.

En aquel partido, 'El Pelusa' regateó a todos sus rivales para meter al mejor gol de la historia. A los jugadores ingleses los dribló a todos una vez, pero Butcher fue el único al que superó dos veces en la misma jugada. "Aún me veo en mis pesadillas corriendo detrás de ese pequeño bastardo. Cada vez que veo las imágenes, y las he visto miles de veces, tengo la sensación de que estoy más cerca de robarle el balón. ¡Creo que alguna vez lo alcanzaré!".

Hace muy poco, el señor Terrence Ian Butcher, ya como segundo entrenador de Escocia, recordó aquel partido, y dijo que jamas le daría la mano a Maradona: "Es un trauma para mí lo de aquella mano tramposa. Odio a ese tipo con pasión". Maradona respondió a a su manera: "No se preocupen, no voy a dejar de dormir porque Butcher no me de la mano".

Butcher sigue dolido desde el momento en el que, después del encuentro y camino ya del control antidopaje, se cruzó con 'El Pelusa': "¿Cabeza o mano?", preguntó Butcher. "Cabeza", respondió el 10.

¿Y la foto? Ah, la foto. Fue en 1989, en la clasificación para el Mundial de Italia 90. Se jugaba el pase Inglaterra en campo suizo y sólo le valía la victoria. En uno de los primeros lances, un contrario (Ekstrom) le pegó un codazo y le abrió una gran brecha en la frente.

Cualquier otro jugador hubiera dejado el campo, pero él decidió seguir pese al mareo que le produjo el golpe. El fisio le vendó lo mejor que supo. Ya en la segunda parte, cuando los suecos se pusieron a colgar balones al área, a Butcher se le abrió la brecha y comenzó a sangrar a borbotones. Perdió más sangre que toda la que Iniesta tiene en su cuerpo. Fue la única vez que un jugador inglés jugó de rojiblanco. A pesar de todo, no claudicó.

Con la lluvia y el barro, aquel balón impactó una y otra vez en la cabeza de Butcher como un ariete, pero El Carnicero aguantó, Inglaterra ganó y su imagen ("Sangre, sudor y lágrimas" tituló el Times al día siguiente) dio la vuelta al mundo.Acabó sin saber donde estaba, completamente groggy y con la camiseta roja de sangre. Un periodista le preguntó que tal estaba: "Joder, no veas lo bien que me lo he pasado".

lunes, 11 de enero de 2010

Camus, ese futbolista frustrado

Camus, en el centro, vestido de portero
Por Miguel Bujalance
Nacido en un barrio humilde de Argel, el joven Albert se educó en el fútbol de la calle, aquel juego de gladiadores de pelotas de trapo, patadas en la espinilla y equipos mestizos formados por hijos de colonos árabes, franceses, españoles, napolitanos y judíos.. "Pronto aprendí que la pelota nunca viene por donde uno espera que venga" declararía en su época de mayor éxito, ya consagrado como escritor y filósofo, y a punto de convertirse en uno de los autores más jóvenes galardonados con el Nobel de Literatura. Del club deportivo Montpensier pasó al Racing Universitario de Argel (R.U.A.), equipo en el que jugó de portero y, algunas veces, de delantero centro que marcaría para siempre su memoria sentimental. Su cariño hizo que siempre simpatizara con los otros Racing que se encontró en su vida, tanto el de París como el natural de Avellaneda, en Argentina.

Las crónicas argelinas recuerdan a Camus como un buen futbolista. Valiente en su reconocimiento hacia un deporte que le dio tanto, acuñó públicamente su pensamiento en una célebre frase que escandalizó a la intelectualidad francesa, tan intensa como chauvinista, de la época: "Todo lo que sé de moralidad y de las obligaciones de los hombres, se lo debo la fútbol". El autor de El extranjero, rival intelectual de Sartre al que ha superado con el paso del tiempo, era bueno en el pase corto y el regate.

Uno de sus más destacados biógrafos, H. R. Lottman, cuenta que en el recreo se dividían para jugar y, muchas veces, Camus era nombrado capitán por sus compañeros. Según contó años después, en esas pachangas aprendió lo que era la lealtad. En su novela póstuma El primer hombre, inconclusa aunque publicada en 1994, el personaje de Jacques descubre en el recreo su amor por este bello juego.


Francia black & blanc & beur

Jamás dudó en reconocer la importancia del fútbol en su vida, cuando sus contemporáneos lo veían como un elemento alienante y salvaje de la sociedad. Posteriormente autores de la relevancia de Kundera y Umberto Eco han confirmado la fuerza de esta atracción. Incluso el filósofo y científico Edgar Morin reconoció que en 1998 anuló todas sus citas para dedicarse en cuerpo y alma a ver todos los partidos de la Copa del Mundo. Sin duda, Camus habría celebrado como el que más la victoria francesa en aquel mundial, aquella selección liderada por descendientes de sus compañeros de colegio. Qué habría dicho si hubiera visto jugar a Zidane majestuosamente surgido de alguna de sus novelas ambientadas en Orán o Argel.

El mundo de la cultura durante mucho tiempo ha querido mantenerse inmaculado ante la presencia de esta pulsión social. Tanto el fútbol como, en otras ocasiones, la tauromaquia han sido victimas de modas pasajeras que los han despreciado o ensalzado con igual entusiasmo que el expresado ante una ideología o una corriente artística.

España no se ha mantenido ajena a esta bipolaridad y tan sólo Vázquez Montalbán tuvo el valor de defender la trascendencia y la belleza de este juego cuando ningún intelectual de izquierdas lo hacía. Unos meses antes de morir, Camus recordaba con pena cómo en su adolescencia la tuberculosis decidió su destino literario sin preguntar. Charles Poncet, amigo y confesor, le preguntaría en una ocasión qué habría escogido en el caso de haber tenido la oportunidad: fútbol o teatro. "El fútbol, sin duda", contestó.