martes, 18 de agosto de 2009

Ratas y vides: un brindis por el Logroñés

Por Lola Dirceu
Cada cierta cuchipanda o aperitivo con balón al fondo del debate, mi papá suele contar esta batallita: en los vestuarios de Las Gaunas vivían ratas como leones (por lo grandes y lo plácidas: ni inmutarse ante la presencia del ser humano). En vertical, de las humedades de las paredes saltaban audaces salmones y las taquillas tenían más mierda que un uñero. Lo cuenta con todo lujo de inmundicias porque de zagal, cosas de la mili años 50, jugó en el Logroñés. Luego, de árbitro, tuvo que guarecerse de una turba que pretendía lincharle tras haber pitado algún penalti dudoso o haber echado algún blanquirrojo por bocazas.

Por todas estas cosas, el Logroñes y su descascarillado estadio creció en mí con la nebulosa de lo mítico. Imaginaba roedores que redactaban el acta y cucarachas que colocaban las tarjetas, roja y amarilla, en el bolsillo correspondiente. Fantaseaba con arañas zancudas que te ponían la camisa en la percha y te dejaban el gel en la jabonera. Pensar en el olor a linimento y el vapor de una ducha que salía más caliente que en un campo de concentración me maravillaba, con jugadores como adanes que se revolcaban en aquella chocolatería. Y todo sucedía en aquellas Gaunas más desconchadas que mi amado campo del Moscardó, que el secarral del Boetticher y Navarro, en Villaverde, que el vivero del Cotorruelo a la sombra de San Viator en la Plaza Elíptica.

Con la rodillas más sucias que el expediente de El Vaquilla, me valía de monedas de cinco duros para hacer el contorno y recortar cromos. Elaboraba jugadores de papel que resucitaban embutidos en chapas, su nueva vida futbolística. Lo malo es que mi hermano mayor se había pillado para jugar a todos los clubes de campanillas, y yo me tenía que conformar con los llamados equipos ascensor: Cádiz, Mallorca, Hércules, Sabadell... Y Logroñés. A veces, le ganaba con los riojanos, a los que, pobrecitos, había metido en chapas que encontraba en la calle y en los bares, casi todas superdobladas por culpa de un nefasto abridor de botellas.

De botellas saben un rato en Logroño. Porque valgan estas líneas como recordatorio del recientemente fallecido Marcos Eguizábal, el bodeguero que situó al Logroñés en el mapa de la Liga. Seguro que tenía dejes de tirano agrícola, de opresor cateto y paternalista en una mezcla entre Gil, Fouto, Bernabéu y J.J. Hidalgo. Pero lo que es seguro es que ilusionó, emborrachó a lo suyos con gente como Lopetegui y Canales (récord de imbatibilidad), el pundoroso Tato Abadía, (el día de su presentación con el Atleti se hizo un lío con el peto que provocó que el Calderón se descojonara), la inmensa visión de Quique Setién, la puntería de Oleg Salenko (cinco goles a Camerún en USA 94), José Ignacio, Romero, Poyatos, Albis, Rubén Sosa, Manu Sarabia, Nayim, ¡¡¡el martillo zurdo Anton Polster!!!!...

También recuerdo las ostias en el pecho de Carlos Aimar, los barrizales, la calva de Lotina, las viejas porterías con las maderas interiores curvadas que sostenían las redes... Creo que el club está ahora en manos de un tal Juan Sánchez. Mucha suerte y que venga a poner, no a llevárselo. De momento, a salir del sótano de la Preferente, que tiene tela (nunca mejor dicho). Debe poner 350.000 pavos para tapar el boquete. Si no, a tomar vientos, desaparición, drama para 2.000 socios y una ciudad entera. Por favor, no más ratas en Las Gaunas, que si no la estrella judía de su escudo se apaga para siempre...

Hace unas temporadas, un colega de la universidad ejerció de jefe de prensa del Logroñés. La lástima es que el equipo no llegó a la liguilla de ascenso, se arruinó del todo y mi amiguete se tuvo que volver a Madrid perdonando dinero. Dice que aún así se lo pasó en grande, recogiendo a jugadores borrachos a las tantas, apagando fuegos con la prensa local y recordando conmigo, cerveza en mano, las paradas del ágil Canales, los goles bolcheviques de Salenko y aquel viejo patrocinio de Paternina por obra y vides de Marcos Eguizábal.