jueves, 9 de julio de 2009

Los peloteros de la Stasi

Por John Wyatt
La frase «lo que sucede en el campo se queda en el campo», sacrosanta declaración que excluye el rectángulo verde de las maledicencias, los golpes bajos y las intrigas, ha sido profanada. Ahora resulta que también se espía a los futbolistas. Lo dicho sobre el césped, o en la sólo aparente intimidad del vestuario, le ha costado a más de uno persecuciones, escuchas, interrogatorios, detenciones y algún que otro suicidio. Gica Popescu acaba de revelar que él fue uno de esos agentes secretos que, aprovechando la camaradería y los lazos invisibles que se forman entre compañeros, violaban la ley no escrita: «Lo que sucede en el campo se queda en el campo».

Cuando El Emperador jugaba en el fútbol rumano espiaba a sus colegas. Y todas sus disidencias iban a parar a los oscuros antros de la Securitate, el servicio secreto de la Rumanía soviética. No era el único. Igual que Elvis se ofreció al FBI de Edgar Hoover para investigar a otras estrellas del rock mucho más a su izquierda, bastantes peloteros de la Alemania del Este vendieron su alma al diablo, o a la Stasi, que es lo mismo.

La Stasi (Ministerio para la Seguridad del Estado) era la principal organización de policía secreta e inteligencia de la RDA. Amamantada con las técnicas de la extinta Gestapo y de la KGB soviética, sus agentes vigilaron durante años la vida de los alemanes más allá del Telón de acero. La Stasi contaba con 91.000 empleados y 300.000 informantes. Esto significa que uno de cada 50 alemanes orientales colaboraba con la Stasi, uno de los niveles de penetración más altos en una sociedad por parte de una organización, un dato que ridiculiza incluso al Gran Hermano de Orwell y a su Policía del pensamiento.

Los campos de fútbol no eran una excepción: «Debemos seguir con mucha atención el comportamiento de nuestros deportistas para saber quién está con nosotros, quién es de los nuestros, quién nos apoya. A tiempo debe producirse la señal correspondiente cuando resulte inminente la indicación de que alguien va a ser enrolado por el enemigo». Estas palabras, pronunciadas el 15 de noviembre de 1979 ante la directiva del SV Dynamo Dresden, eran nada menos que de Erich Mielke, jefe máximo de la Stasi y, por añadidura, presidente de la escuadra berlinesa.

Nadie conoce a nadie
En su investigación, el historiador alemán Hans Leske, recuerda que a Mielke le parecía insuficiente una observación superficial de los equipos: «La Stasi colocó a sus trabajadores informales en el interior de las plantillas. Durante los años 80, por ejemplo, más de la mitad de los jugadores del SG Dynamo eran espías, incluyendo al entrenador, al doctor del equipo y al fisioterapeuta. Todos ellos se observaban entre ellos sin que ninguno supiera que el otro también era un espía que lo observaba a él».

¿Qué buscaban? Evitar que los jugadores, muchos de los cuales gozaban del privilegio de viajar al exterior a disputar encuentros internacionales, se fugaran de las concentraciones y de la RDA.
Hay casos célebres de peloteros encarcelados por una delación de los espías. Matthias Müller, Peter Kotte y Gerd Weber pasaron un tiempo entre rejas por intentar pasarse al Oeste. Los tres fueron detenidos en el aeropuerto de Berlín-Schönefeld el 23 de enero de 1981, antes de viajar a Argentina. Su equipo iba a realizar ahí entrenamientos y a participar en un torneo. Los tres jugadores habían recibido ofertas por parte del Colonia y la Stasi se enteró gracias a sus informadores. Fueron condenados a dos años de prisión y nunca más pudieron jugar de nuevo en la Oberliga.

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