sábado, 2 de mayo de 2009

Argentinadas: el enigma Carrascosa

Por Miguel Bujalance
Habría levantado aquel 25 de julio la Copa del Mundo en lugar de Passarella en el Monumental de Buenos Aires. Podría haber ocupado el lateral izquierdo la tarde en la que Kempes dinamitó a Holanda o haber formado parte del sospechoso milagro ante Perú. Sin embargo, Jorge Omar Carrascosa, alias El Lobo, capitán de la albiceleste, renunció al equipo nacional desde la capitanía y con 27 años, la edad dorada de un futbolista.

Argentina vivía el apogeo de la dictadura militar. El Mundial de 1978 provoca todavía sentimientos ambivalentes. Por un lado, la emoción de una victoria largamente perseguida. Por otro, un sentimiento de vergüenza gangrenado por aquella pasión forofa que respaldó a una Junta que acumulaba crímenes como razón de Estado.

El día de la final las Madres de Mayo suplicaban a los periodistas holandeses que se hicieran eco de lo que sucedía en el país. Pero el júbilo popular acabó por silenciarlas y Videla entregó la Copa manchando la historia de un país y del fútbol.

Carrascosa era también el capitán de Huracán, equipo que unos años antes había bendecido al balompié argentino con un juego alegre y elegante con la batuta de Menotti. Un campeonato, dos segundos puestos y una semifinal de la Copa Libertadores marcan aquel lustro dorado que comenzó en 1973. Roganti, Chabay, Buglione, Basile, el propio Carrascosa, Brindisi, Russo, Babington, Houseman, Avallay y Larrosa viven seguros en la memoria ciclotímica de los hinchas.

Lo grande de Carrascosa, un hombre digno y respetado, es la leyenda que se ha formado por culpa de una decisión que él definió como "cuestión de estricta conciencia". Hay diferentes teorías al respecto.

Cuentan que quiso dejar paso a otros jugadores, aunque en principio existía un pacto secreto para que la selección la formarán exclusivamente jugadores de la liga argentina. Sin embargo, en la lista definitiva entraron Kempes y Wolf, ambos llegados desde España. Menotti tardó en encontrarle un sustituto.

Su militancia política no estaba definida, pero al contrario que otros jugadores de la selección, desaprobaba el golpe. Unos dicen que era peronista; otros, que pertenecía al Partido Comunista. En el vestuario le dijo a su entrenador: "De ninguna manera voy a ser instrumento de esta dictadura militar".

Muchos años después, Carrascosa declaró que tenía una gran ilusión en jugar ese Mundial tras la experiencia vivida en Alemania 74. "Pero empezaron a ocurrir algunas cosas que me hicieron replantearme todo. Incluso si el fútbol podía ser o no la gran prioridad. Además, acababa de nacer mi segunda hija".

Quizás se cansó de todo, puede que su decisión no tenga dobles lecturas. Nadie lo sabe. Lo cierto es que Carrascosa apostó por su sentir discreto y llegó a la sabia conclusión de que su vida sólo le pertenecía a él.

Un año después de la victoria mundialista, el capitán colgó las botas y se fue tranquilamente a casa. Sólo le faltó citar a Wittgenstein gritando a periodistas y curiosos: de lo que no se puede hablar, mejor es callar.

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