miércoles, 24 de marzo de 2010

El invisible cumpleaños del Palacio

Por Lola Dirceu
Cuando vi su nueva piel en febrero de 2005, me espanté. La remozada epidermis me recordó una bolsa navideña de El Corte Inglés, estrellas de Belén incluidas. Maldije que aquel recinto fantástico de mi niñez y que daba sombra a los primeros skaters de mi adolescencia ahora mostrara esa horrorosa estampa verdosa y dorada como animando a comprar en los grandes almacenes con los que comparte plaza (Felipe II y estatua pendular de Dalí). Maldije que hubiera ardido por culpa de un soplete o vaya usted a saber qué intereses urbanísticos chungos de la Comunidad en 2001. Maldije que los recuerdos de aquel Atleti-Metaloplastika Sabac del 85 o esa final de Mundobasket 86 del gigante Tyrone Bogues hubieran quedado reducidos a escombros y cenizas. Maldije que el Estudiantes se quedara sin su casita. Aún siguen errantes los colegiales...


Con la pira aún en la retina, los puristas del rock se congratularon del incendio. Muertas las gradas supletorias, el velódromo y toda aquella caja de resonancia de mil demonios, ahora los conciertos sonarían como Dios manda (tampoco te creas que se ha avanzado mucho en acústica; para que lo llene El Barrio o Manolo García durante no sé cuántos días seguidos, mejor que hubieran levantado un Zara...).

El Palacio de los Deportes, tal y como los madrileños talluditos lo conocemos, acaba de cumplir 50 años ante el mutismo de las instituciones de Espe y Gallardón, la prensa y el anodino barrio de Salamanca. Ni una placa. Ni una mención. Nada. Toda alharaca para la centenaria Gran Vía. En su nacimiento el 26 de febrero de 1960, el Palacio vino a llenar el vacío del solar que había dejado una vieja plaza de toros. Entonces, se buscaba un recinto multiusos para acontecimientos indoor, al estilo del Palazzeto dello Sport que el arquitecto Piel Luigi Nervi había levantado en Roma. Simultáneamente, en París se alumbraba el Palais des Sport, otra joya. Si toda capital europea gozaba de su pabellón, el Foro no debía ser menos, que el tren de la modernidad y el eco mediático pasaba por el escaparate del deporte.

Según el Wikipedo, los arquitectos José Soteras y Lorenzo García Barbón proyectaron la obra del antiguo Palacio, que costó 56 millones de pesetas. Hasta que las llamas se lo zamparon, acogió baloncesto, gimnasia, jazz, patinajes, artes marciales, atletismo a escala y techado, veladas de boxeo, hípica, conciertos de los Bee Gees y hasta, si la memoria no me patina, exhibiciones de tenis donde un maduro John McEnroe montaba el numerito de “¿Bromea o qué? ¡¡¡La bola entró!!!”.

Tres años tardaron los obreros en terminar el nuevo recinto (de febrero de 2002 a febrero de 2005, planos surgidos del estudio de Enrique Hermoso y Paloma Huidobro). Por dentro, cojonudo. Por fuera, una caja de regalo. Tanto hoy como ayer, en el estreno de hace un lustro no hubo ni un homenaje a lo que sucedió en 42 años de eventos. Y fueron muchos. Para mi gusto, y dejando a un lado la melancolía rojiblanca del subcampeonato de Europa de balonmano (algo así como la final contra el Bayern de Munich versión Cecilio Alonso), me quedo con algunos destellos de gran basket, aunque perdiéramos con Rusia el Europeo de 2007 (ay, Gasol, Gasol).

Sin menoscabo del magnífico torneo que jugó hace dos años el Madrid frente a los Raptors (y donde empezó a descollar el mahonés volador, Sergio Llul) con cada entrada para, pongamos, el playback que canta Jonas Broters, deberían regalar el DVD del Open McDonald's del 88 donde Cargol se subió al bigote del mismísimo Larry Bird, con un Fernando Martín agigantado frente a Robert Parish y con un Quique Villalobos que demostraba que un escolta podía hacer mates delante de la mandíbula de Kevin McHale. Eso sí es historia.

Del 88, Espe sólo recordará hombreras, cardados y permanentes.

martes, 9 de febrero de 2010

Se busca portero (vasco y titular)

Por Lola Dirceu
La mayoría tenían habilidad gatuna. Otros, en cambio, sacrificaban el esteticismo en las estiradas para ganar en aplomo y regularidad bajo los palos. Todos ellos se forjaron en un sirimiri de entrenamientos castrenses, en chocolaterías que harían las delicias de El sargento de hierro. De críos, atascaban las cañerías de la bañera con el barro que traían aquella camisetas de la talla de Gulliver. En cuanto la vecina veía los guantes colgando en el tendedero, se percataba de vocación tan temeraria. “Aita, mira la pobre Arantxa. El niño les ha salido portero”. Así, entre la incomprensión del entorno y la locura inherente que atesora todo guardameta, de la grama de Tajonar, Lezama y Zubieta emergió una raza superior de arqueros, una serie ilimitada de guardavallas que empequeñecían postes y travesaños. Y pararían, no penalties, sino las balas de un pelotón de fusilamiento llegado el trance.

Como herencia porteril, primero Arana y Carmelo, y luego el Chopo Iríbar habían dejado bien sembrados sus esquejes. Hijos rudos y malencarados que crecían como muros infranqueables para desactivar pistoleros del área. Así, en los 80 Artola y Urruticoechea vivieron días de gloria en la Real y el Barça; Aguirreoa, Meléndez y Cedrún alfombraron el camino al incombustible Andoni Zubizarreta; por no olvidar al gran Irazusta; hasta la llegada de San Iker, Arconada fue el mejor portero de la historia del fútbol español. Sus reflejos y plasticidad cambiaron el modelo de portero vasco pesado y tan plomizo como el cielo de un alto horno, algo lentorro pero inabordable en el mano a mano. Luis Miguel Arconada -que ahora alterna vacaciones por San Pedro de Alcántara, a la sombra de Marbella- abrió una escuela diferente hecha de palomitas imposibles y algún cantazo (veáse Eurocopa 84). Biurrun (aunque nacido en Sao Paulo) y Elduayen ejemplifican esa manera de coger portería; y Ochotorena era más bien parecido a Zubi, aunque más rápido. Pero en los 90 comenzó a languidecer la estirpe. Sólo Juanjo Valencia, José Luis González (el del penalti a Djukic) y Julen Lopetegui trataron de honrar la memoria de aquel abolengo porque Imanol Etxeberria resultó decepcionante.


Hoy día, ni uno sólo de las metas de Primera División está protegida por aguerridos gudaris. Ni siquiera Gorka Iraizoz (es navarro) en el Athletic, o Dani Aranzubia (nació en Logroño) en el Depor continúan con aquel RH que evitaba goles cantados. Para más inri, ocho arcos de la Liga son extranjeros: Carrizo, Renan, Kameni, Coltorti, Ustari, Munúa, Aouate y Alves. ¿Dónde están los preparadores que antaño fraguaban un vivero de pulpos, una casta granítica que daba pesadillas a los delanteros y salía de puños como Mazinger Z? En el Bocho, y a la espera de que un chileno desaloje de la portería de la Real, todas la esperanzas vascas se cifran en un chaval que se llama Aitor Fernández Abarisketa. Nació en Mondragón un año antes de la Olimpiadas de Barcelona. Con permiso de Iago Herrerín, tercer portero del Bilbao, pronostican que a Aitor le tocará custodiar con sus guantes la memoria de tantas paradas antológicas.

lunes, 1 de febrero de 2010

'El Chacal', de villano a héroe olímpico


Por Sole Leyva
Fue el terrorista más buscado por la Interpol en las décadas de los 70 y 80. Escribió su vida en páginas de rojo sangre. Miembro destacado del Frente para la Liberación de Palestina, apoyó la causa etarra -"la única solución pasa por la soberanía del pueblo vasco", ayudó al IRA y al Ejército Rojo. Pero no alcanzó notoriedad pública hasta su incursión en la sede oficial de Organización de Países Exportadores de Petróleo en Viena en 1975, cuando secuestró a varios embajadores llevándolos a Argelia, donde los liberó tras cobrar un importante rescate.

Hijo de una acaudalada familia venezolana, Ilich Ramírez Sánchez dio una patada al gepeto de Franklin y, como su padre, abrazó las tesis de Marx (su hermano se llama Lenin). Paradigma del terrorista perfecto, yihadista, antiamericano -mostró su satisfacción por los atentados contra las Torres Gemelas-, este maestro del disfraz y la seducción fue durante años una obsesión para los servicios secretos internacionales, que siempre salían derrotados ante su astucia, que, junto al libro de Forsyth de igual nombre hallado entre sus pertenencias, le valió el apodo de 'El Chacal'.

Responsable de varios atentados y colaborador en varios asesinatos -mató con su propio arma a dos agentes del contraespionaje francés en 1975 en un piso de París cuando un compañero le delató-, fue condenado a cadena perpetua tras ser detenido en Jartum en 1994.

Ahora pasa las hojas del calendario en la cárcel de la Santé de París, donde fuma puros -a poder ser Cohibas-, ve películas extranjeras y escribe en revistas de extrema izquierda.
Admirado por Hugo Chávez, que le califica de "luchador revolucionario", se le consideró durante años cómplice de los atentados contra atletas judíos en los Juegos Olímpicos de Múnich. Finalmente se demostró que esa última muesca en su puñal era falsa, una invención más de la prensa para aumentar su leyenda.

Lo curioso no es que saliera de rositas de esta acusación, sino que en verdad fue un defensor en la sombra de los valores olímpicos. Según los servicios de Seguridad de la extinta Yugoslavia, Chacal contribuyó de forma crucial a la seguridad de los Juegos Olímpicos de Invierno en Sarajevo en 1984, época en la que el pueblo 'plavi' apoyaba a Yasir Arafat y la OLP, a la que 'El Chacal' defendía a capa y espada.

"Su ayuda fue preciosa", declaraba la semana pasada al diario 'Slobodna Bosna' Bozidar Boza Spasic, agente de los servicios de seguridad. Spasic dijo que tuvieron que "pedirle" al venezolano "determinadas informaciones" para prevenir el fracaso de los juegos de Sarajevo. "Teníamos informaciones operativas sobre serias amenazas de la emigración 'ustachi' (pro nazi croatas de la Segunda Guerra Mundial y sus seguidores) para cometer un acto terrorista durante los juegos", indicó el ex agente.

Según su relato, Carlos desplegó a "su gente" en los sitios señalados por los servicios secretos yugoslavos. "Carlos nos garantizó que los terroristas internacionales no actuarían y que nuestra emigración no podría hacer nada si él lo controlaba todo", según Spasic. "Él garantizó la parte de la seguridad relacionada con grupos terroristas internacionales peligrosos para que no actuaran en territorio de Sarajevo, de Bosnia o del país entero", explicó.

Tras aquella heroicidad que hubiera ganado los halagos del propio Pierra de Coubertain, 'El 'Chacal' ya no volvió a Yugoslavia. Fueron eludidos los contactos con él. Se esfumó como hacía siempre tras acabar un trabajo. En silencio.

miércoles, 27 de enero de 2010

Cuando las chicas salvaron el fútbol

Las chicas del Dick Kerr Ladies FC
Por John Wyatt
Resulta paradójico que fueran las chicas las que salvaran el fútbol, deporte paradigma de masculinidad, vetado durante décadas a las mismas que, con su generosidad, contribuyeron a mantener a salvo en su peor momento.

Su papel fue clave, ya que por aquel entonces, cuando sonaban los primeros tiros de la Primera Guerra Mundial en Europa, no era el entretenimiento global que es en la actualidad. Si acaso, en Inglaterra, solía congregar a miles de vecinos de un barrio en torno a un barrizal en el que se jugaba algo más parecido al rugby.

Si las chicas no hubieran pegado aquellas patadas al balón, quizás se hubiera extinguido. Pero no. Cuando los grandes ejércitos llamaron a filas a jóvenes de medio mundo, se detuvieron aquellas competiciones primigenias para atender al imprescindible esfuerzo de la guerra.

Los adolescentes clubes de fútbol de la época agonizaron, la gente dejó de apostar (no había en qué) y la tristeza del domingo por la tarde sin fútbol que llevarse a la boca (y con los hijos en las trincheras francesas o en los cementerios) llevó al Gobierno y la joven federación inglesa a recurrir a las únicas que podían seguir alimentando las ilusiones de los aficionados: las mujeres.

La recluta había vaciado las fábricas, el campo y las minas de la fuerza masculina. Fueron las chicas las que los sustituyeron con el barreno, la fresadora y el arado. Y además madres. Y además, ahora, futbolistas.

Todas las grandes fábricas de armamento realizaron pruebas de aptitud con el balón. Si era difícil encontrar entonces a chicos con talento, imaginen entre ellas, rollizas granjeras de la campiña, obreras de la working class del norte, adolescentes de familias desestructuradas de los arrabales londinenses que no sabían lo que era un balón.

Algunos de aquellos equipos de municionistas aún sobreviven en su vers
ión masculina (¿Les suela de algo el nombre de Arsenal?). Otros solo habitan en viejas y románticas fotografías en blanco y negro.

El caso es que, cuando se puso en marcha aquella liga, nadie daba un duro. En la Inglaterra tardovictoriana, machista, aún orgullosa de su Imperio y ahogada por la Gran Guerra, que fueran unas chicas vestidas con pantalones cortos la diversión de la plebe no podía creérselo nadie.

Los periódicos publicaban editoriales criticando tan atrevida iniciativa, empezando por el 'indecoroso' atuendo de las jugadoras. Les dio igual. Las ganas de diversión de un pueblo golpeado por el horror pudo con todo. Uno de los equipos, el del empresario Dick Kerr, llamado Dick Kerr Ladies FC, de Preston, maravilló a los aficionados. El día de Navidad de 1917 consiguieron reunir en Deepdale a 10.000 espectadores.

Poco a poco, fábricas de Gales y Escocia se unieron a la aventura. La moral comenzó a subir, el público llenó estadios y las estrellas comenzaron a emerger: Lily Parr (era vagabunda y comenzó jugando con 14 años para poder dormir bajo techo) y Florrie Redford (guapísima delantero centro de duro disparo que sigue viva en Coventry) destacaron como las dos grandes rivales de la época.
El momento álgido se vivió en el Boxing Day de 1920. Hasta 53.000 personas de citaron en Goodison Park para ver un partido entre el Dick Kerr Ladies y el Helen's Ladies. Pero la guerra había terminado y equipos como el Man. United (que perdió a tres jugadores en la misma trinchera), el Liverpool o el citado Arsenal recompusieron poco a poco sus líneas recuperando veteranos supervivientes y fichando a chavales que se habían librado de las reclutas.

El fútbol masculino regresó con fuerza porque ellas no lo dejaron morir, y luego le dio la espalda a las mismas que le dieron oxígeno cuando pareció moribundo. Aunque las competiciones de chicas no es extinguieron, perdieron todo el interés del público. Hoy, apenas llevan a cientos de personas (familiares y amigos) a los campos. Pero se merecen, al menos, que su historia se conozca.

lunes, 18 de enero de 2010

"¡Joder, no veas cómo me lo he pasado!"

Butcher alcanzará algún día a Maradona
Por John Wyatt
El prestigioso diario The Guardian se puso recientemente a recopilar las mejores fotos de la historia del deporte y, una vez elegidas, preguntó a sus lectores por internet sobre sus preferencias. La número uno, sorprendentemente, no muestra un récord olímpico, ni un gol legendario, ni siquiera un alegato a la superación y a la deportividad. Los lectores de The Guardian eligieron una instantánea, ya mítica en los territorios de la rubia Albión, en la que Terry Butcher, capitán inglés, sale del campo como si regresara de combatir en El Alamein.

Esa foto, junto a los goles de Maradona, le acompañó de por vida. Por un lado, esa instantánea le dio una inmerecida fama de pelotero violento, malencarado y rompepiernas. Su apellido, Butcher (Carnicero, en inglés), tampoco le ayudó. Con más técnica que sus contemporáneos Tony Adams (Arsenal) y Des Walker (N. Forest) no le costó demasiado hacerse fuerte en la línea de cuatro de la Inglaterra de los 80 y primeros años de los 90. Y eso que había nacido el día de los inocentes de 1958 en Singapur, ciudad bajo cero en el termómetro futbolero, y provenía de un modesto, el Ipswich Town, en el que ganó la UEFA a las ordenes de Sir Bobby Robson.

Después de fichar por el Glasgow Rangers en plena 'England Invasion', como se le conoce a la oleada de jugadores ingleses que recalaron en Escocia, ganó dos ligas y se rompió la pierna. Al recuperarse, volvió a jugar con la selección en la Copa del Mundo de México (1986).Ahí llegó uno de los momentos más significativos de su carrera, el enfrentamiento con Argentina, la Argentina herida por la derrota en Las Malvinas, la Argentina de Maradona.

En aquel partido, 'El Pelusa' regateó a todos sus rivales para meter al mejor gol de la historia. A los jugadores ingleses los dribló a todos una vez, pero Butcher fue el único al que superó dos veces en la misma jugada. "Aún me veo en mis pesadillas corriendo detrás de ese pequeño bastardo. Cada vez que veo las imágenes, y las he visto miles de veces, tengo la sensación de que estoy más cerca de robarle el balón. ¡Creo que alguna vez lo alcanzaré!".

Hace muy poco, el señor Terrence Ian Butcher, ya como segundo entrenador de Escocia, recordó aquel partido, y dijo que jamas le daría la mano a Maradona: "Es un trauma para mí lo de aquella mano tramposa. Odio a ese tipo con pasión". Maradona respondió a a su manera: "No se preocupen, no voy a dejar de dormir porque Butcher no me de la mano".

Butcher sigue dolido desde el momento en el que, después del encuentro y camino ya del control antidopaje, se cruzó con 'El Pelusa': "¿Cabeza o mano?", preguntó Butcher. "Cabeza", respondió el 10.

¿Y la foto? Ah, la foto. Fue en 1989, en la clasificación para el Mundial de Italia 90. Se jugaba el pase Inglaterra en campo suizo y sólo le valía la victoria. En uno de los primeros lances, un contrario (Ekstrom) le pegó un codazo y le abrió una gran brecha en la frente.

Cualquier otro jugador hubiera dejado el campo, pero él decidió seguir pese al mareo que le produjo el golpe. El fisio le vendó lo mejor que supo. Ya en la segunda parte, cuando los suecos se pusieron a colgar balones al área, a Butcher se le abrió la brecha y comenzó a sangrar a borbotones. Perdió más sangre que toda la que Iniesta tiene en su cuerpo. Fue la única vez que un jugador inglés jugó de rojiblanco. A pesar de todo, no claudicó.

Con la lluvia y el barro, aquel balón impactó una y otra vez en la cabeza de Butcher como un ariete, pero El Carnicero aguantó, Inglaterra ganó y su imagen ("Sangre, sudor y lágrimas" tituló el Times al día siguiente) dio la vuelta al mundo.Acabó sin saber donde estaba, completamente groggy y con la camiseta roja de sangre. Un periodista le preguntó que tal estaba: "Joder, no veas lo bien que me lo he pasado".

lunes, 11 de enero de 2010

Camus, ese futbolista frustrado

Camus, en el centro, vestido de portero
Por Miguel Bujalance
Nacido en un barrio humilde de Argel, el joven Albert se educó en el fútbol de la calle, aquel juego de gladiadores de pelotas de trapo, patadas en la espinilla y equipos mestizos formados por hijos de colonos árabes, franceses, españoles, napolitanos y judíos.. "Pronto aprendí que la pelota nunca viene por donde uno espera que venga" declararía en su época de mayor éxito, ya consagrado como escritor y filósofo, y a punto de convertirse en uno de los autores más jóvenes galardonados con el Nobel de Literatura. Del club deportivo Montpensier pasó al Racing Universitario de Argel (R.U.A.), equipo en el que jugó de portero y, algunas veces, de delantero centro que marcaría para siempre su memoria sentimental. Su cariño hizo que siempre simpatizara con los otros Racing que se encontró en su vida, tanto el de París como el natural de Avellaneda, en Argentina.

Las crónicas argelinas recuerdan a Camus como un buen futbolista. Valiente en su reconocimiento hacia un deporte que le dio tanto, acuñó públicamente su pensamiento en una célebre frase que escandalizó a la intelectualidad francesa, tan intensa como chauvinista, de la época: "Todo lo que sé de moralidad y de las obligaciones de los hombres, se lo debo la fútbol". El autor de El extranjero, rival intelectual de Sartre al que ha superado con el paso del tiempo, era bueno en el pase corto y el regate.

Uno de sus más destacados biógrafos, H. R. Lottman, cuenta que en el recreo se dividían para jugar y, muchas veces, Camus era nombrado capitán por sus compañeros. Según contó años después, en esas pachangas aprendió lo que era la lealtad. En su novela póstuma El primer hombre, inconclusa aunque publicada en 1994, el personaje de Jacques descubre en el recreo su amor por este bello juego.


Francia black & blanc & beur

Jamás dudó en reconocer la importancia del fútbol en su vida, cuando sus contemporáneos lo veían como un elemento alienante y salvaje de la sociedad. Posteriormente autores de la relevancia de Kundera y Umberto Eco han confirmado la fuerza de esta atracción. Incluso el filósofo y científico Edgar Morin reconoció que en 1998 anuló todas sus citas para dedicarse en cuerpo y alma a ver todos los partidos de la Copa del Mundo. Sin duda, Camus habría celebrado como el que más la victoria francesa en aquel mundial, aquella selección liderada por descendientes de sus compañeros de colegio. Qué habría dicho si hubiera visto jugar a Zidane majestuosamente surgido de alguna de sus novelas ambientadas en Orán o Argel.

El mundo de la cultura durante mucho tiempo ha querido mantenerse inmaculado ante la presencia de esta pulsión social. Tanto el fútbol como, en otras ocasiones, la tauromaquia han sido victimas de modas pasajeras que los han despreciado o ensalzado con igual entusiasmo que el expresado ante una ideología o una corriente artística.

España no se ha mantenido ajena a esta bipolaridad y tan sólo Vázquez Montalbán tuvo el valor de defender la trascendencia y la belleza de este juego cuando ningún intelectual de izquierdas lo hacía. Unos meses antes de morir, Camus recordaba con pena cómo en su adolescencia la tuberculosis decidió su destino literario sin preguntar. Charles Poncet, amigo y confesor, le preguntaría en una ocasión qué habría escogido en el caso de haber tenido la oportunidad: fútbol o teatro. "El fútbol, sin duda", contestó.

viernes, 13 de noviembre de 2009

Dynamo: Marx se hubiera hecho cruces

Nunn
Era la Europa pre Muro, con su Guerra Fría y su canesú. Los equipos de la Oberliga de la RDA tenían cierta aceptación entre su gente, aunque casi todos eran vistos, y con razón, como brazos armados de cuero y tacos de los jerifaltes del Politburo. Y más que ninguno, el Dynamo de Berlín, el equipo de Erich Mielke, señor supremo de la Stasi y, con ella, de los derechos más básicos de los habitantes de la Alemania comunista.

Mielke era, porque le iba en el cargo, el presidente de los Dynamos, los clubes deportivos ligados a las Fuerzas Armadas y al Ministerio del Interior (terminología occidental), y tenía un miedo: el descontrol de Berlín. Por aquello de estar separados por 20 centímetros de ancho de ladrillo y un descampado de la Alemania Occidental, cualquier descontrol era objeto de su ira. Así que tiró de 'chequera', versión comunista: mandó a toda la plantilla del Dynamo de Dresden a Berlín, los separó de sus familias y los puso a vivir en hostales de mala muerte. Y así apareció el Dynamo de Berlín, rival en la zona oriental de la ciudad del Union de Berlín.

El Dynamo de Dresden tuvo que jugar con su segundo equipo, y anduvo más de una década en las divisiones inferiores de la Oberliga, mientras que el Dynamo se convertía en uno de los mariscales de la primera. El objetivo era ganar y combatir al Union. No deportiva, sino ideológicamente. Los aficionados del Union y los del Hertha, que quedó en el lado cool del Muro, mantenían una estrecha relación. Los occidentales cruzaban la pared pintarrajeada hacia el lado oriental y organizaban reuniones clandestinas con sus amigos del Union. Incluso en las gradas, tradicionalmente lugares donde gritar contra cualquier régimen autoritario (pasaba con Les Corts en Barcelona), surgía un grito: "Hertha y Union, una nación". Y eso dolía a Mielke como si le clavaran una hoz en el ojo.

El vestuario del Dresden

Eran los 70, primeras grietas del Muro. Así que Mielke, cada vez más futbolero, sentenció la Oberliga. En el 78, entró en el vestuario del Dynamo de Dresden, que celebraba su título una vez había logrado reconstruirse tras el expolio, y le dijo a los jugadores que ya era hora de que ganara el Dynamo de Berlín. Lo haría ininterrumpidamente desde 1979 a 1988. El cómo ya se lo imaginan.

Las reacciones contra el régimen eran cada vez menos convencionales. El movimiento punk se convirtió en un grano en el culo de la Stasi, y fue duramente perseguido y reprimido. Pero otro fenómeno se adueñó del fútbol para hacerse notar: el hooliganismo nazi. El fondo Union de Berlín se convirtió en el caldo de cultivo de los skinheads nazis de la Alemania del Este. Su comportamiento violento era como el de sus adláteres de ahora. Si son tradicionalistas lo son para todo, ¿no?

Y de repente, la catarsis: el fondo del Dynamo también se llenaba de nazis. 'El club más odiado del mundo', como se le ha definido por representar lo peor del régimen más duro de la Europa setentera y ochentera, empezaba a ver con estupor la influencia de los nietos ágrafos de Hitler. En la grada se escuchaban con la misma frecuencia el '¡Hail Hitler!' y el '¡Hail Mielke!'. Visto con perspectiva, no había demasiada diferencia entre ellos, pero Marx se hubiera hecho cruces (u hoces) si lo hubiera escuchado.

¿La trendy RDA?

Los hinchas del Dynamo eran unos privilegiados. Tanto, que por sus contactos viajaban con el equipo incluso a los países occidentales (los ciudadanos de la RDA sólo tenían permitido moverse por los países del Pacto de Varsovia; de hecho, las primeras huidas masivas al Oeste se hicieron a través de Checoslovaquia o Hungría), como esa ocasión en la que mil hinchas fueron a Mónaco. Fuera se comportaban, pero en la RDA ya no se escondían. Y los pájaros tirándose a las escopetas: policías de la RDA cargando contra hijos del Partido.

Cayó el Muro y dos años después, la Oberliga. Los equipos del Este se integraron como pudieron en las diferentes divisiones de la Bundesliga. Al Dynamo le quitaron lo de Dynamo y lo dejaron en FC Berlín, y lo metieron en la quinta división, en la Liga regional. En 1999 el Dynamo recuperó su nombre. En plena Ostalgie (un curioso fenómeno alemán en el que lo de la RDA es trendy), ese logo valía una pasta. Su escudo estaba adornado por tres estrellas (que equivalen a 10 títulos, según la norma de la Bundesliga), pero la propia Liga les negó ese adorno, pues no reconocen los títulos de la Liga de la República Democrática. Así que se pusieron una estrella con un 10 dentro. El logo era propiedad de dos avispados, miembros de los Ángeles del Infierno, que lo registraron cuando el equipo era FC Berlín, y tras múltiples pleitos, el club desistió y su escudo actual es un a cosa cutre con un oso berlinés. Los 'angelitos', entre tanto, se forran vendiendo merchandising a los fans de la Ostalgie.

Hoy en día el Dynamo es el club más nazi de Alemania, algo así como el más ladrón de Marbella. El pasado verano propuso hacer pases VIP a los miembros del Partido Nacionalsocialista Alemán. Luego, cuando estalló, dijo que la carta enviada había sido un error. Ya.